PICALUGA

PICALUGA

(Cuento del domingo)

Hace unos años, cuando los albañiles hacían los cimientos de la que hoy es mi casa, por el rumbo de la Plazuela del Burro, toparon con una gruesa placa de cemento, como los picos rebotaban en ella, optaron por escarbarle a los lados y sacarla completa, esto lo hicieron a la sorda, sin avisar, pensaban cuajarse con algún “entierro”, pero se les cebó: era un lápida. En esos solares había estado el llamado Panteón de los Protestantes. La echaron en los escombros, y no más por saber del difunto que sería mi vecino, limpié la superficie con unos chorros de agua, el nombre grabado decía:

 

JUAN PAZADOR (1802-1859)

COMERCIANTE EN ULTRAMARINOS

 

El asunto lo archivé, pero después ya avecindado, conocí a Don Vidal, quizá el abarrotero vivo más viejo del puerto de Mazatlán, de esos que todavía pesan con Romana, sacan el frijol y el maíz de viejos barriles, ofertan estropajos y orejones de calabaza: “yo vendo productos no marcas” dice orgulloso de su oficio tenderil.

En lo que mercaba cigarros y café, le mencioné, al paso, del nombre que leí en la vieja lápida.

--¿Juan Pazador… Así decía en esa tumba?.

--Nomás era la tapadera, no había huesos ni nada. Imagínese hace un siglo y medio que lo enterraron.

Se quedó muy pensativo, mirando unos bules viejos colgados de una viga de la tienda.

--Véngase mañana domingo, le mostraré unas cosas. Habló, haciéndola de suspenso.

Ese día, ya por la tarde, mandó un mozo a buscarme. Entramos en un galerón del patio trasero.

--Aquí guardo la mercancía que ya no sale. Levantó el brazo para mostrar paquetes de jarcias, cuñas de arado, metates, bacinicas de peltre, frenos y collares para mulas, espuelas, costales de ixtle, tinajas para el agua, aguamaniles, almanaques con indias y chinas poblanas.

--Aquí, esta es mi oficina. Entramos en un cuartito, un escritorio moderno, un refri chico, un sillón y dos sofás de cuero. En la pared colgaban muchas fotos: la boda de don Vidal, óvalos de hijos y nietos, ampliaciones de fotos viejas de los viejos, todo una vida en ocre.

En lo que indicaba donde sentarme, sacó dos Pacíficos. Bebimos un trago largo.

--Ahorita le muestro. Con agilidad movió uno de los sillones, levantó una tapa como de registro y sacó un baúl de tamaño regular y en lo que lo abría, no dejaba de platicar: “esto me lo dejó mi padre, herencia del abuelo que también lo heredó de su padre o sea mi bisabuelo”.

El olor del alcanfor inundó el cuarto. “Es para que no le entre la polilla”, mostró un documento amarillento envuelto en una bolsa de plástico, decía

DEFENSA DEL

EXMINISTRO DE RELACIONES

D. LUCAS ALAMÁN

En la causa formada contra él y contra los exministros de

Guerra y Justicia del Vice-presidente  D. Anastasio Bustamante,

con unas noticias preliminares que dan idea del origen de ésta.

 

Otromás, envuelto de la misma manera, con el título:

 

“MEMORIA QUE SOBRE LOS SUCESOS DEL TIEMPO DE SU MINISTERIO Y SOBRE LA CAUSA INTENTADA CONTRA LOS CUATRO MINISTROS DEL EXCELENTÍSIMO SEÑOR VICE-PRESIDENTE DON ANASTASIO BUSTAMANTE PRESENTA A LOS MEJICANOS EL GRAL EX MINSITRO DE GUERRA Y MARINA DON JOSÉ ANTONIO FACIO”.

Puso más papeles sobre el escritorio y al final, una bolsa de jareta, hecha de piel. Con mucha ceremonia extrajo de ésta un paño de terciopelo rojo y lo extendió; un puño de monedas doradas centellearon con la luz del foco, eran (son) monedas grandes, en una de las caras lleva una balanza y un pergamino donde se lee: LEY; alrededor dice: veinte pesos y las letras OAE, quizá las iniciales de la casa de moneda que las troqueló.

--Todos los años las limpio con vinagre y bicarbonato; reviso los papeles, otros ya los tiré, se deshicieron. Tomó otro trago de cerveza y viendo la foto de sus padres dijo: “Juan Pazador fue Francisco Picaluga, el marino que traicionó a Vicente Guerrero, estas monedas son parte de los 50 mil duros que le pagaron; dos días antes de morir le llevó todo a mi bisabuelo y le pidió que se lo guardara mientras se arreglaba con unos chinos”.

--Pero ¿su bisabuelo era marino?.

--No, era comerciante, él lo metió al negocio del palo de Brasil, que se exportaba para el tinte. Les iba bien… Picaluga no se suicidó, lo mataron los chinos que lo andaban buscando.

--¿Y usted por qué guarda las monedas y no las gasta?.

--Están maldecidas, una india albina de la costa chica les echó el “malagüero”, a Picaluga y al que se aprovechara del dinero; por eso lo condenaron a muerte en Génova, bandera que traía su barquito “El Colombo”, aunque algunos dicen que era de la isla de Cerdeña y que de ahí le viene que los insurgentes le dijeran “El Sardo”.

Discretamente devolví una moneda que ya me había embolsado, recuerdo que tenía el águila de perfil. …No vaya ser lo de la india albina.

Lo de Alamán y Facio se entendía, eran los dos funcionarios acusados por los liberales de la muerte del Gral. Vicente Guerrero, pero lo chinos, ¡ que tenían que ver los chinos!.

La mayoría de los historiadores no registran a los personajes secundarios, así que revisé varios libros, ya iba a desistir, cuando en el tomo dos de la Historia de México del jesuita José Bravo Ugarte, se anota que a Vicente Guerrero, cuando lo traicionó Picaluga, lo acompañaban dos chinos.

Incluso uno de los chinos tenía nombre, se llamaba Atié, me imagino que eran los cocineros del general; quizá los llevaba para que anotarán las recetas de la jaiba en chilpachole, los camarones a la diabla y el pulpo en escabeche que le había prometido El traidor Sardo; el asunto es que después de fusilado Guerrero, los chinos fueron liberados y se les perdió la pista. ¿Serían los mismos que buscaban a Picaluga en Mazatlán?.

El primer registro de chinos en el puerto lo hizo el viajero Tomas B. Eastland quien cuenta que en noviembre de 1849 comió en un mesón de chinos; no había de otra, eran los mismos chinos, que reconocieron a Picaluga en el comerciante Juan Pazador, y como en el año de 1858, se estaba en la llamada guerra de los tres años, liberales (juaristas) contra conservadores, hubiera sido un triunfo liberal entregar y enjuiciar al asesino de Guerrero. Ese era el asunto que traía Picaluga. Los chinos lo estaban extorsionando, no aguantó la presión y se ahorcó el 30 de marzo de 1859.

Don vidal estuvo de acuerdo con mi conclusión cuasi-policiaca, y como los muertos no son ni buenos ni malos ni traidores, convenimos en pagarle una misa cantada en la Parroquia María del Mar, por Playa Sur, muy famosa porque todos los viernes, en la tarde, un cura gordo práctica el exorcismo. Se usó el verdadero nombre del difunto, para el eterno descanso de su alma.

Y también, por no dejar, puse cuatro velas rojas rodeadas de sal negra en cada esquina de la casa y las apagué al tercer día con sangre de gallo (en realidad usé de pichón, que ya son una plaga en el puerto), para espantar la maldición de la india albina, según receta que me dio el vendedor de pócimas y amuletos del mercado municipal.

Nota: abajo les pongo el fragmento de un video donde nuestro querido cronista Joaquín Hernández ( a quién la Cuartilla le desea su pronta recuperación), da noticias de Picaluga y yo también lo acompaño. Esto es a propósito de los nuevos traidores que amenzan a la patria.

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