EL SEÑOR IGUAZÚ
Se llama Arnoldo Lizárraga y la empresa que arrea, suya y muy de él, se nombre Iguazú, la mejor agua electropura y alcalina del puerto de Mazatlán; por eso le decimos el Señor Iguazú; de seguro se trajo ese rastro de palabra de algunas de sus andanzas por la geografía del Continente. Iguazú es una catarata en Brasil, significa en Guaraní “Agua Grande”; el poeta Carlos Pellicer, cuando la visitó quedo asombrado y la llamó Agua de América; “Agua salvaje que se derrumba a grandes gritos; agua del Iguazú, agua grande, agua soberbia”.
Arnoldo, nuestro “Señor Iguazú”, también es mi amigo; es un hombre que se la parte en su trabajo, no explota a nadie, el mismo es patrón y obrero; burgués y proletario.
Los fines de semana, echa los arreos de pesca y sale, solo o con amigos, a puntos precisos del mar donde sabe que pica el Coconaco Prieto, el Pargo Rojo, el Mero bocón, el Robalo plateado; no le “jierra”, siempre regresa, como bendecido, cargado de los frutos del mar. Nos invita al zarandeado.
Hace unos días nos vimos y reclama.
—“Oye, me bloqueaste del Facebook, ya no puedo leer La Cuartilla”.
Le explico que la empresa recibió cientos de denuncias de usuarios que de manera reiterada acusaban a la publicación de violar el código de Ética, por lo cual, de manera fulminante, inhabilitaron la cuenta. Y punto, con esos sacrosantos códigos no se discute, prefiero asumir el código de Spinoza: lo ético es todo lo que hacemos por amor y deseo de libertad. Pero eso es ya Filosofía.
—Ahora es un Blog. Ponle en Google “lacuartilla.com” y ya está.
Un abrazo para Arnoldo Lizárraga, El Señor Iguazú, el Señor “Agua Grande”. Que siga viviendo sus “Días Perfectos”, como el personaje de esa película japonesa. Nomás.
La Palometa, el mejor pescado pal caldo. Así recomendaba Don Toño, el viejo pescador y cocinero del negocio de mi padre.
Arnoldo pesca como bendecido. Sabe donde pica el Mero bocón, la Curvina, el Pargo rojo y el Robalo escurridizo.
La Catarata del Iguazú. “Agua grande” en Guaraní: Agua salvaje que se derrumba a grandes gritos. Decía el poeta tabasqueño Carlos Pellicer.
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