E L G I R A S O L

Brotó sin avisar. Lo vi ya crecidito en el espacio macetero que se deja frente a las casas y como es la flor preferida de Frida, lo alimenté con tierra de la composta casera. En unos cuántos días se desarrolló y cuajó de botones; al poco rato, en un amanecer recién estrenado, descubrí la primera flor o más bien inflorescencia, formada por cien florecillas amotinadas de amarillo, las de la periferia son estériles, las del centro, en espiral, se hacen el amor cruzado, como ya lo descubríó el botánico con ojos de abeja, Carlos Linneo: las flores son las alcobas donde las plantas se hacen el amor.

Con la primera inflorescencia, llegó la primera abeja, la “blonda abella”, como les decía Mauricio Marterlinck, en su “La vida de las abejas”, aquel librito publicado por La Prensa, hace muchos años y qué es una maravilla de leer.

Después se abrieron 20 botones y aquello fue un estallido de amarillos y una zumbadera de rubias abejas; son de las mayorcitas, las que ya han pasado por varios oficios: barrenderas, cuidalarvas, abanicadoras, asistentes de la reina, fabricadoras de miel y cera; su último oficio es de recolectoras de néctar y polen. Le zumban duro a la chamba durante tres semanas y mueren. Esta flexibilidad en los oficios es lo que los biólogos nombramos “Polietismo”, cambiar de oficio con la edad, plasticidad de competencias laborales que se exige hoy en este nuevo milenio; los sabios latinos acuñaron un refrán: “Si sapis; sis apis” (Si sabiduría; se abeja).

El Girasol sigue creciendo y en la casta hora del amanecer, revisó los nuevo botones, corto las flores secas y le pongo más nutrientes. Ayer había romería de abejas, las miro y les hablo, como si entendieran: “un poeta llamado Neruda, les compuso una Oda, ahí dice que ustedes son las proletarias perfectas, entran a una corola por negocio y salen con traje de oro y botas amarillas”. Así les digo casi en susurro.

Y mientras aquí el girasol crece y las abejas ejercen su oficio, obreras de la miel; más allá, a miles de kilómetros y millas marinas, cruzando el Atlántico y el Mediterráneo, un pueblo es masacrado por otro pueblo; allá no es el zumbido inocente del enjambre, sino el retumbar de bombas y metralla, que igual mata el proyectil y también el hambre. La franja de Gaza es el síntoma evidente de nuestro naufragio como seres humanos.

El Biólogo-Entomólogo, Mark Moffett, experto en hormigas y abejas, en su grueso libro “El enjambre humano”, afirma que la desgracia de este enjambre es que unos nos consideramos más humanos que otros y que esos otros son “sabandijas” sobrantes, exterminables. Esa es precisamente la idea central del Movimiento MAGA (Make América Great Again) de Trump y que promovía el mártir de la Derecha, Charlie Kirk: los negros, migrantes, musulmanes, palestinos, mexicanos, son sabandijas mugrosas , que es necesario exterminar.

Cultivemos girasoles, salvemos las abejas y salvemos a la especie humana. Gracias a Dios es viernes.

La primera abeja que entra por negocio a la flor y sale vestida de oro con botas amarillas.

Anterior
Anterior

UN A T A R D E

Siguiente
Siguiente

JANE GOODALL: AMAR LOS CHIMPANCÉS