MORIR A MITAD DEL DÍA

Hace un tiempo, caminaba por el centro del puerto y observé un puño de curiosos que se apiñaban en el rincón de una banqueta, por la Melchor Ocampo, a media cuadra del Mercado Pino Suárez; el motivo era un hombre tendido en el piso y por supuesto también me arrimé. Estábamos a media mañana, el sol porteño nos pelaba los dientes y por eso alguien lo jaló un poco para la sombrita.

Mi amiga, La Niñona, que antes me vendía quesos y quebrantos en una cremería, no se desprendía de su celular, el hombre tendido era su compañero de trabajo, informaba a sus patrones tenderos de la situación: “convulsionó y cayó al piso, ya le había pasado, pero ahora se desmayó”. Lloraba y seguía hablando.

Un enfermero del vecino Centro de Salud, se acercó y al ver la seriedad del caso, se aprontó a reactivarle el corazón y darle respiración de boca, pero se levantó rápido y dijo: “este hombre está alcoholizado”.

De inmediato mi amiga, La Niñona, le respondió: ¡¡No, señor, no, yo le puse alcohol, andamos trabajando!!. Su chamba es llevar el “mandado” del abarrote a los carros de los clientes. Se oyó la sirena del paramédico motorizado y todos en coro repetíamos “rapidito, rapidito por favor”. El muchacho paramédico no tardó ni un minuto en bajar todo su equipo; con una tijera  cortó la camiseta del hombre, encendió un aparato y le conectó el oxígeno y a intentarle echarle a andar el corazón.

Fueron minutos eternos, en los cuales intenté armar su biografía: 40 años, con estudios de secundaria, empleado de abarrote con sueldo mínimo, cotiza en el IMSS, tres hijos; le gusta el fut y la cerveza pacífico, le debe a Coppel y tiene una bicicleta… Y yo también repetía: “revive, revive, no te mueras”.

El paramédico dejó de presionarle el pecho, le quitó la mascarilla de oxígeno, introdujo un tubito de acrílico en la boca y apagó el aparato. No me quise quedar al final, era evidente que el señor ya no estaba con nosotros.

Otro día busqué la nota en la prensa, nada; no es noticia la muerte de un hombre decente, de un trabajador honrado; este hombre se murió trabajando, en pleno medio día porteño y a flor de banqueta; ojalá que los patrones hayan apoyado a la viuda y sus hijos, y ojalá también que los locatarios del Pino Suárez piensen en un programa de salud preventiva, por ejemplo, la medición programada de la presión arterial de todos su trabajadores; en esto pueden ayudar el  Centro de Salud, El Hospitalito municipal, el IMSS, el ISSSTE, enfermería UAS. Hay que proteger a nuestros trabajadores, son los que echan andar el mundo.

Esto sucedió hace un buen rato, pero se me quedó grabado el hombre tendido, muerto a mitad del día en el Puerto de Mazatlán. Y ese muerto gritaba el desamparo de millones de trabajadores asalariados del país. También fue el preludio de lo que vendría después. Un Sinaloa donde La muerte tiene permiso.

Compré este libro de Claudio Lomnitz, sobre la idea de la muerte en México. Claudio es Antropólogo e Historiador, su libro “El Regreso del Camarada Ricardo Flores Magón”, es quizá el mejor texto sobre el movimiento anarquista en México. Cuando lo lea les platico de las ideas que tenemos los mexicanos de algo tan serio como la muerte.

Anterior
Anterior

MAZATLÁN: ¿DESECHABLE O SUSTENTABLE?

Siguiente
Siguiente

LOS CENOTES Y EL TREN MAYA