EL DALÍ HA MUERTO (Relato del domingo)
Lo enterramos en la madrugada tierna; la hierba fresca, la tierra blanda. Con la primera palada aleteó una nubecilla blanca.
—¡Mira. Son mariposas! Dijo Frida.
Despertamos a una familia de mariposas pequeñas, que las hay blancas y amarillas. El Dalí las perseguía, jugaba con ellas; a veces se le enredaban en la pelambrera del lomo y hacía como que reía. ¿Ríen los perros?.
Lo enterramos en lo más profundo del bosquecillo de Casuarinas; los árboles de Venadillo presumen sus frutos gordos, la Guanábana salvó un par de frutas, el Huanacaste ya tiró sus vainas como orejas y hay un estallido de hongos por todos los rincones húmedos. Ahí reposa el Dalí.
Días antes se negó a salir y dejó de comer: idas a la Veterinaria, desparasitarlo, antibióticos, inyecciones, radiografía.
—Ves esa masa blanca, redonda, en el estómago, no brilla, es tejido. Un posible tumor y bien crecido. Diagnosticó el Radiólogo.
Un oncólogo, segunda opinión: “No es concluyente, esa masa blanca puede ser una bola de gas”. Me imaginé una nebulosa en la panza del Dalí.
Tomografía, tercera opinión: “Ni tumor ni bola de gas; es una increíble hinchazón del bazo, a punto de estallar; también debe tener daños en riñón, hígado. El Dalí sufre una Diabetes extrema, se confirma con análisis de sangre”. Eso nos dijo una joven y brillante Veterinaria.
Fue una diabetes silenciosa, insidiosa, que nunca dejó ver sus síntomas; al final dio el zarpazo fatal.
Ya tarde nos confirmó el diagnóstico: El Dalí, clínicamente debería estar muerto. Agonizaba.
Frida decidió llevarlo a despedirlo del mar, que tanto le gustaba. Y sorpresa, se despabiló y sentado, con sus ojos negros como catotas, durante media hora, absorbió su último atardecer, que se llevaría al cielo de los perros.
Falleció el jueves a las 10:30 de la noche. Lo enterramos en la madrugada, en un recodo del bosque; ahí lo acompañarán las pláticas susurrantes de las casuarinas, el alboroto de los chanates abrileños, el chasquidillo morse de los colibríes y el canto matutino de los cenzontles.
El Dalí ha Muerto. Vivió feliz.
Se despabiló y durante media hora, con sus enormes ojos de catota absorbió su último atardecer que se llevaría al cielo de los perros.
Este fue su último atardecer. En la playa que jugó, le ladró a las olas y le gruñó a sus hermanos caninos.
El Dalí, persiguiendo mariposas. Imaginado por Frida, la humana que más lo amó.